ORAR CON LA PALABRA DEL DOMINGO
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida… “El pueblo
entero lloraba al escuchar las palabras de la ley”. ¿Por qué lloraba al
escuchar tales palabras?; ¿lloraban, acaso, por el temor infundido por palabras
duras y amenazadoras?; ¿lloraban, tal vez, llevados por la emoción suscitada
por palabras melifluas y sentimentales? ¿Podría, en cualquiera de estos casos,
decirse de estas palabras que son espíritu y vida? ¿En qué condiciones son las
palabras de la escritura espíritu y vida?
Nehemías
8,2-4a. 5-6.8-10. El contexto es la proclamación pública de la
ley de Moisés y las celebraciones que la acompañan. La restauración, a la
vuelta del exilio de Babilona, sigue un itinerario y unas etapas.
¡Todo el pueblo estaba atento
a la lectura del libro de la ley! Esdras leyó el libro en la plaza... desde el amanecer hasta el
mediodía... Y todo el pueblo estaba atento al libro de la ley. Obsérvese el
marco solemne y litúrgico en el que se realiza la lectura del libro de la ley,
así como el hecho de que todo el pueblo estaba presente y atento a la lectura.
Todos necesitan una reforma: los que vienen del país pagano de Babilonia y los
que habían permanecido en Judá, ya que unos y otros se habían desviado del
cumplimiento de la ley. Todos en adelante deben conducir su vida de acuerdo con
la única ley de Moisés, expresión de la voluntad de Dios que eligió al pueblo
de Israel como su propiedad personal. En momentos de crisis es necesario volver
a las realidades fundacionales. La ley de Dios es la expresión concreta del
pacto y alianza entre Dios (soberano) y su pueblo (vasallo), llevados a cabo en
el Sinaí. Esta reforma es necesaria para preparar y garantizar un verdadero
futuro en fidelidad. Esta lectura es un acicate para la Iglesia de siempre. La
Palabra de Dios es insustituible para los hombres de hoy precisamente por su
contenido tan rico en valores humanos.
1
Corintios 12,12-30. Pablo recurre a la imagen del cuerpo, tomada
de la cultura greco-romana que la utiliza para describir el cuerpo social.
¡Todos los miembros constituyen un solo y único cuerpo! Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos
y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo
cuerpo. Para resolver el problema causado por la división y las tensiones
en la comunidad de Corinto, Pablo recurre a una imagen greco-romana utilizada
para describir y definir la comunidad humana y social como ser vivo, diverso y
a la vez en comunión, es decir, la imagen del cuerpo. La comunidad humana es
semejante a un cuerpo vivo en el que todos tienen su puesto y su tarea. Se
trata de una realidad viva y organizada armónicamente. Solamente fundada en
esta armonía viva se puede garantizar su adecuado crecimiento en la concordia y
en la paz a la vez que se garantiza el respeto a las diferencias. Pablo lo
traslada a la Iglesia para explicar su naturaleza íntima: un cuerpo vivo cuya
cabeza, como principio rector y vital, es Cristo y todos los creyentes sus
miembros. Porque la cabeza es principio rector de autoridad y principio vital
de donde arranca la vida para todos. En la Escritura encontramos otra imagen
para describir esta misma realidad, a saber, la imagen de la viña-vid y los
sarmientos (Isaías, Ezequiel y Jeremías) y que hará suya el redactor joánico
(Jn 15), introduciendo algunas transformaciones significativas. Todos los
miembros reciben su dignidad, su tarea, su misión y su vida de la cabeza. Única
Cabeza para un único cuerpo. Hoy también es necesario volver la mirada a esta
realidad del cuerpo de Cristo, comunidad viva y armónica en medio del mundo,
compuesto de muchos y diversos miembros. Urge encontrar el equilibrio entre la
necesaria comunión en la real diversidad.
Lucas 1, 1-4; 4, 14-21.
El contexto es la introducción y
presentación de todo el escrito y la proclamación inaugural del Evangelio:
proclamar el Evangelio de Dios, anunciar que Dios comienza ya a ser Rey y que
esto se realiza en su propia persona a favor, especialmente, de los pobres.
¡Lucas escribe su evangelio para que se conozca la solidez de las
enseñanzas! He resuelto escribírtelos por su orden, para que
conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido. El relato evangélico pretende ser un testimonio acerca de Jesús que
vivió en la historia, realizó el proyecto de Dios y anunció la Soberanía de
Dios, pero todo iluminado por la resurrección. Un testimonio que se asienta en
la historia pero la trasciende. Un relato verídico pero ofrecido como
testimonio para la salvación. Un relato que transmite una rica tradición acerca
de Jesús pero con la comprensión que les proporcionó el acontecimiento pascual.
No es una oferta de datos biográficos, sino de realidades infaliblemente
salvadoras avaladas por el misterio de la resurrección y el don del Espíritu.
Leer el relato evangélico es posicionarse ante el Dios que en Jesús ofrece a
todo el mundo la salvación verdadera y definitiva. El Evangelio alcanza a la
médula misma de la humanidad y de los hombres. Por eso ha de presentarse con
plena solidez y seguridad. El Evangelio sitúa al hombre frente a Dios en Jesús
que le ofrece la salvación. Dios se hace presente en la historia a través de
Jesús, que vivió en un tiempo y en un espacio, pero con el proyecto de ofrecer
a los hombres una esperanza que desborda el tiempo y el espacio y que empuja a
los creyentes a realizarla ya en el tiempo, aunque no plenamente. El creyente
debe vivir en la convicción de que pertenece a una comunidad que arranca de
realidades vividas y que siguen teniendo fuerza y atractivo para los hombres de
nuestro tiempo y de todos los tiempos. Para ello, como Teófilo, deben volver a
los relatos evangélicos que le garantizan la solidez de sus convicciones y la
posibilidad de ofrecer un testimonio convincente y creíble. Debe reproducir en
el espacio y en el tiempo que le toca vivir, los gestos y las palabras del
Maestro, porque en eso consiste el ser un verdadero discípulo. Y Jesús es
siempre una personalidad atractiva por su propio ser, por su actuar y por el
mensaje que sigue ofreciendo a los hombres.
¡Enviado para dar la Buena Noticia a los pobres! Me ha enviado
para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la
libertad, y a los ciegos, la vista... Para anunciar el año de gracia del Señor.
El desarrollo y la estructura de la celebración del culto sinagogal los
conocemos hoy mejor gracias a múltiples testimonios que recibimos de la
antigüedad judía. En esa celebración se proclama la palabra, se cantan salmos e
himnos y se explica la palabra en una homilía o exhortación a los presentes.
Aquel día se le ofreció a Jesús la oportunidad de dirigir la palabra al pueblo
reunido. Y, providencialmente, además de la lectura preceptiva en todas las
asambleas que se tomaba del Pentateuco, la segunda lectura que se proclamó
(según la costumbre habitual) estaba tomada del libro del profeta Isaías. El
texto anunciaba al futuro Mesías o, mejor, al futuro Profeta objeto de ardiente
esperanza. Un Profeta lleno del Espíritu, enviado a anunciar el año de gracia
del Señor al pueblo elegido. El fragmento está tomado Is 61 en el que se
describe la misión del Profeta por excelencia, objeto de la esperanza de Israel
en la etapa postexílica. El próximo domingo se sigue proclamando este mismo
relato de la estancia de Jesús en la sinagoga de Nazaret. Allí trataremos de
explicar algunos rasgos más de la intervención de Jesús y del resultado de la
misma. Hoy nos basta contemplar el contenido esencial de la tarea del Profeta:
anunciar y realizar la libertad y hacer presente el Evangelio de Dios a los
hombres. Un Evangelio que ofrece y posibilita la verdadera humanización del
hombre y de su plena realización, liberándolo de las taras que le impiden vivir
en libertad y experimentar la felicidad que Dios quiere para todos. Por eso
este programa que conduce apasionadamente toda la vida de Jesús sigue teniendo
validez en nuestro mundo.